Marsh es el más pequeño de cuatro hermanos, sus padres se mudaron desde Alemania a Inglaterra en 1939, por la denuncia interpuesta ante la Gestapo contra su madre, Christiane Christinnecke, por hacer comentarios antinazis. Se especializa en operaciones cerebrales con anestesia local y fue el protagonista del documental “Tu vida en sus manos”, producido por la BBC en 2004, ganador de una medalla de oro concedida por la Royal Television Society. También trabajó en las antiguas repúblicas soviéticas, especialmente en Ucrania. Su trabajo en este país se llevó también a la pantalla en la película documental “El cirujano inglés”, estrenada en 2007.
“La medicina ha perdido el respeto por los viejos maestros”, asegura sin titubeos Daniel Flichtentrei que es cardiólogo, docente, editor científico y autor de La verdad y otras mentiras. Historias de hospital. (Editorial Intramed). “El culto vulgar a la novedad, continua Flichtentrei, la fascinación por la tecnología irrelevante, el desprecio por la palabra como fuente de conocimiento, han hecho el trabajo sucio. Cada texto del médico Henry Marsh es un antídoto contra esos venenos”.
En su primer libro, “Ante todo, no hagas daño”, trata con crudeza el tema del error en medicina. Hizo visibles cuestiones condenadas a la oscuridad y al secreto de las que se prefiere no hablar. En el último, Confesiones, un neurocirujano a punto de jubilarse pone la mirada sobre la medicina de nuestros días armado de una vasta experiencia que da el ejercicio de la profesión. Percibe la perversión de la mercadotecnia, la banalidad de la burocracia, la desnaturalización de una profesión que sus colegas más jóvenes no pueden ver porque es lo único que conocen.
“Actualmente los médicos están sometidos a una burocracia reguladora que no existía cuarenta años atrás y que, además, parece indicar una escasa comprensión de las realidades de la profesión médica”, dice Marsh. Nos hicieron creer una idea absurda: que saber que tenés, es lo mismo que saber qué te pasa. Y eso es desmentido en este libro imprescindible para Flichtentrei.
Es uno de los neurocirujanos más conocidos del mundo. Por sus manos han pasado alrededor de 15.000 pacientes que han sido operados (unos 500 por año). Ha creado escuela, formando a un centenar de especialistas internacionales. Controvertido y mediático, también reconoce la gravedad de sus errores. No duda en criticar las deficiencias del sistema sanitario inglés.
LA MIRADA SOBRE LA PROFESIÓN
“Lo difícil de mi trabajo no es operar. Lo complicado es decidir si hacerlo o no y vivir con las consecuencias”, se sincera Marsh. Nunca ha sido un problema para él referirse a sus errores descarnadamente, sin tratar de disimularlos u ocultarlos. Su autoexigencia le inclina a reclamar hoy más humildad a sus compañeros y menos miedo al afrontar diagnósticos complicados. Su empatía se amplificó al reconocer sus flaquezas en sus memorias, que encabezaron la lista de best sellers de Reino Unido y Estados Unidos y ser reconocido mejor libro del año por los diarios Financial Times y The Economist.
La medicina no puede ignorar el mundo donde vivimos. Marsh hace ingresar a la cultura y a la sociedad en sus historias clínicas. Allí están las causas de la mayoría de las enfermedades de los pacientes. Sostiene que “concentrarse en las causas biológicas inmediatas e ignorar los modos de existir que las producen es una forma escandalosa de ceguera voluntaria”. No se deja engañar por los destellos de las neuroimágenes ni por la falta de precisión de los marcadores tumorales. Sabe que todas las enfermedades están situadas, que son sensibles al contexto.
El tumor cerebral de una niña de una familia de pastores en Nepal es más voluminoso e intensivo que el de una niña en Londres. El diagnóstico es tardío, los recursos escasos, las familias consideran más importante invertir sus ahorros en rescatar a un búfalo enfermo que en una resonancia magnética para su hija mujer. Las posibilidades de sobrevivir se reducen. La miseria y el abandono en un Estado en crisis y una educación ausente son las causas de esta calamidad. Marsh lo comprueba y lo denuncia.
En las historias de Marsh muchas veces se plantea el dilema entre lo que podemos hacer y lo que debemos hacer. Como nunca antes en la historia de la humanidad es posible demorar la muerte. El conocimiento científico y los recursos tecnológicos han producido beneficios inimaginables hasta hace relativamente poco tiempo.
Sin embargo, esa evolución acarrea conflictos de conciencia. Morir es un suceso que se ha medicalizado; ya pocos lo hacen en su hogar, rodeados de sus seres queridos. La intervención de la medicina ante el acontecer irremediable de la muerte, puede tanto ofrecer esperanza como prolongar una interminable agonía. El encarnizamiento terapéutico prolonga vidas sin existencias.
Muchos de los relatos de Henry Marsh muestran la insensatez colectiva en una disciplina que ha sustituido los valores fundacionales por el peligroso despliegue de una técnica todopoderosa y ciega a las cuestiones que definen “lo Humano” por encima de “lo Vivo”.
Sus dos publicaciones, los documentales, la amplia trayectoria, su compromiso con las personas y su profesión, lo constituye en rara avis, un exponente de una ciencia que ya está en extinción, que está siendo superada por la fría tecnología, que hace del acopio de datos un fin en sí mismo.
Marsh no se engaña, cuando le preguntan que hay más allá del cerebro es contundente: “Mirar el cerebro es como contemplar una noche estrellada usando unos prismáticos baratos. Solo conocemos una pequeña parte”.
El periodista insiste, la pregunta parece tonta pero, como sabemos, no hay preguntas vanas, en general pueden serlo algunas respuestas; -¿Ha encontrado alguna vez el alma? La respuesta no es muy esperanzadora, pero es sincera: “No creo que exista, ni tampoco que haya vida después de la muerte. Cuando el cerebro muere, lo hacemos con él”.